Después de Watterson no se debería decir nada más, peeeeero....

domingo, 25 de octubre de 2009

Lembranzas (sobre la pintura de Pablo Sycet)

El poeta es un fingidor./ Finge tan profundamente / Que hasta finge que es dolor/ El dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe / Sienten, en el dolor leído, / No los dos que el poeta vive, / Sino aquél que no han tenido.
Y así va por su camino, / Distrayendo a la razón, / Ese tren sin real destino / Que se llama corazón
Fernando Pessoa, Autopsicografía


Se lo escuché decir por primera vez a un amigo gallego, mientras fumábamos bien avanzada la madrugada un último cigarrillo a medias sobre el dolorido colchón. No se a santo de qué debió decirlo, supongo que fue todo cuestión de la impostada intimidad que la situación requería. Sólo recuerdo que en algún momento pronunció quedamente la palabra: lembranza. "Te ha salido la tierra por la boca", le comenté con no menos impostada complicidad propia de una camaradería antigua."¿Qué es eso de la lembranza?", le pregunté. "Hay cosas que no se pueden traducir, sino que se sienten"- me contestó. Y continuó: "En gallego es algo así como un recuerdo especial, un recuerdo que deja huella y al que causa incluso cierta tristeza regresar".

Sorprendido por su facilidad de palabra, pese a lo avanzado de la noche transcurrida entre los combinados que habían propiciado el feliz final, le pregunté de nuevo: "¿Eso no es algo así como la melancolía?". "No exactamente", respondía ahora ladeando la cabeza. Quizá fuese este gesto, delator del esfuerzo que estaba haciendo por tratar de encontrar unas palabras que no existen para explicar algo tan complejo como un sentimiento, pero en ese momento deseé que la respuesta se postergase eternamente. Una respuesta que se travistió de pregunta a su vez, cuando me espetó: "¿Has leído algo de Pessoa?". "¿Lo dudas?", me dieron ganas de contestar, pues mi orgullo pedante y cultureta se sentía del todo herido por la pregunta. Sin embargo, y sin mentir, le contesté: "Si, claro que sí. De hecho, es uno de mis autores de cabecera". Poniendo la mano libre de tabaco sobre una de mis piernas, consciente de que me había revuelto entre las sábanas por lo que había tomado por una pregunta impertinente, y que sólo un contacto físico, por leve que fuese, podía volver a coser la grieta que mi orgullo absurdo había abierto sobre el colchón, me explicó: "Pues la lembranza es algo parecido a la saudade de la que habla en el Libro del Desasosiego". "¿De verdad?" - la comparación me sorprendía tanto como me iba fascinando aquella conversación inesperada- "Pensé que la saudade se parecía más a la morriña que otra cosa". "No"- contesto tajante- "la morriña es otra cosa. La lembranza es lo que está entre el recordo y la morriña. Si dentro de un tiempo te volviese a ver, o a pensar en esta noche, sería un recordo; pero Pessoa podía ser a partir de hoy una lembranza de esta noche, o de ti. La morriña tiene más que ver con la pérdida, con el exilio; la lembranza tiene que ver más con la huella".

Algo confuso por saber en qué acabaría todo aquello, aunque con la certeza de saber que hasta dentro de un tiempo no nos volveríamos a ver (si es que aquello ocurría realmente) volví a la carga - a esta noche había que sacarle todo el partido posible: "Pero si hay huella, aunque esta sea una cita a Pessoa, hay huella porque hay algo que se ha perdido, o que ha dejado de estar. Y algo que hace que uno lo recuerde. Eso se parece bastante a la melancolía". Su contestación, clara como el alba que comenzaba a colarse por las rendijas de las persianas, no se hizo de rogar:"Ya te he dicho que es más parecido a la saudade, ¡y claro que se parece a la melancolía o a la morriña!. Pero no todo lo que es semejante es lo mismo, no seas bruto y cabezón. Además, la saudade de Pessoa no tiene que ver con una pérdida real, sino con un recuerdo hasta de lo que no se ha vivido; es un estado de ánimo, que puede ser ficticio, y hasta prestado". Y aunque tenía razón en lo de que a obcecado no me gana nadie, no se si era el sueño, o el dolor de cabeza que presagiaba la inevitable resaca, pero decidí asentir y darme la vuelta sobre la cama. "Mañana si quieres seguimos hablando de esto", escuché a mi espalda.

Al día siguiente, al despertar, estaba sólo en el colchón. "Menos mal que esta vez me despierto en mi cama", pensé mientras el dolor de cabeza de la noche anterior se había convertido en la más profunda de las sensaciones de hinchazón de cuello para arriba. Miré a mi lado; sobre las sábanas, todavía estaba la huella de quien hasta debía hacer no mucho había ocupado el lado derecho de mis escasísimas horas de sueño. Miré en el cuarto de baño, por si mi inesperado invitado había decidido ducharse antes de partir; en la cocina, esperando verle comer lo primero que hubiese podido encontrar en la cocina. Definitivamente, había decidido que aquella mañana siguiese dándole vueltas a la morriña, la saudade o al sentimiento de pérdida - una más. Y lo había conseguido, aunque fuese sólo por unos minutos.

Al volver a la habitación, me percaté de que había cogido de mi estantería el dichoso Libro del Desasosiego, que ahora descansaba junto a mi ordenador. Abriéndolo por inercia, me encontré con una dedicatoria, una nueva huella, que antes no estaba ahí: "Te lo dejo a mano porque falta te hace volver a leerlo". Más abajo, una firma y cinco dígitos de lo que supuse sería un número de teléfono. "¡Será cabrón!"- pensé- "Este se ha propuesto que no haga hoy otra cosa que lamentar ausencias, y lo va a conseguir". Y es que la falta de aquellos números que completaran una entrada nueva en la agenda de mi teléfono móvil eran la herida abierta de una noche que quedaría siempre abierta. Aquellos dos números, definitivamente, algo tendrían desde entonces que ver con mi particular lembranza.

Ya casi había olvidado este episodio cuando recibí de parte de Pablo el encargo de este texto para su exposición. "¿Cómo se llama la muestra?"- le pregunté. "Lembranzas"- me contestó. Y el teléfono volvió a dolerse por la ausencia de aquellos números. Y yo con él.


La soledad del exilio

Ya delante de un café en una plaza del centro de Madrid - no sé si recuperándome de una hipoglucemia o tratando de escalar otra resaca- la pregunta a Pablo Sycet era obligada: "¿Por qué lembranzas?. La pregunta era casi retórica, pues mirando los catálogos de las exposiciones del pintor desde su estreno en el 78, y especialmente sus exposiciones del 82 en Málaga, Los papeles de Olont, y su individual al año siguiente en la Galería Sen de Madrid, Geografía, queda claro que, para el artista, el lugar es importante.

Y hablo del "lugar" como locus en el que tiempo y espacio confluyen y en el que las cosas suceden. Por eso, desde los recuerdos y remedos de su Gibraleón natal hasta los "paisajes metafísicos", abstractos, que dominan su pintura desde hace un par de décadas - "paísajes en los que me muevo en compañía de extrañas criaturas", que diría el surrealista Desnos encantado con las referencias a De Chirico que pueblan algunas de las obras de Sycet (buscar cita)- parecen dejar claro que, cuando pinta, el artista se exilia.


Se exilia de sí mismo y de los demás. Se exilia en su taller y en la pintura. Se exilia en la soledad y en la memoria. Y, por supuesto, en el lenguaje, porque la pintura de Pablo -como toda pintura- de lo que habla a fin de cuentas es del ser-en-el-lenguaje, en el lugar de la experiencia. Un nuevo lugar por el que transitar en el que - lo dejan claro las traducciones- siempre se topará uno con el límite, la fragmentación y la pérdida; con el deseo de decir aquello que es indecible, fragmentario - la promesa y la redención. De ahí que, hablar la lengua del exilio, sea el modo en el que uno, siendo en el lenguaje, sabe que lo está.

Sin embargo, el exilio de Sycet, la "morriña" que traduce al lenguaje de la pintura, no sólo tiene que ver con un exilio físico - de Madrid a Gibraleón pasando por Olontia- tiene que ver, sobre todo, con el exilio de uno mismo cuando se encuentra, a solas, en el taller, tratando de traducir a imágenes aquello que el lenguaje no es capaz de decir. Por eso la pintura parece habérsele quedado siempre pequeña y ha buscado y anda todavía buscando en las letras de sus canciones (que tienen bastante de su afición a la poesía), las palabras necesarias. Lo dejaba claro T.S. Elliot hablando de las posibilidades del lenguaje como lugar de experimentación para los poetas "para nosotros, sólo existe el intentar. Lo demás no es asunto nuestro".

La soledad del taller

"Por eso es tan importante estar solos y atentos cuando estamos tristes - le escribía Rilke a Kappus en agosto de 1904- porque el instante, aparentemente sin acontecimientos e inmóvil, en que nos sale al encuentro nuestro futuro está mucho más próximo a la vida que esos otros momentos ruidosos y carnales, en que se cumple para nosotros, como viniendo desde fuera." El pintor está sólo en su taller para que este lo sea (pues, como lúcidamente señaló hace unos años el profesor Ángel González, el taller es el lugar en el que el artista trabaja; no el popular estudio, donde lo que hace es soñar con tener compañia). Al artista, como al poeta, la soledad le acompaña mientras trabaja. "No sabes lo duro que es estar tantas horas sola en el taller", me decía hace poco una amiga; "Pero es necesario, ahí es donde aprendes a conocerte, y sólo puede salir una obra de ese mismo conocimiento".


Pablo, además, hace de la soledad su tema - o algo parecido. Cuando pinta, cuando se pinta transitando por los paisajes del propio interior, el lienzo acaba por tener algo de espejo de Narciso, de página en blanco en la que escribir la autobiografía en pintura. Sin embargo, cabría pensar si la pintura es el modo de escritura del artista, o el artista mismo. "Los poetas hacen mal en quejarse - vuelve a recordarle Rilke a su "jóven poeta" por carta- en lugar de "transformarse, duros, en palabras / como el cantero de una catedral/ se transforma en la calma de la piedra".


Pero ¿es posible contarse realmente a uno mismo, aun convertido en pintura? Cuando uno escribe su autobiografía - traduce al exterior su interior- son dos yo los que aparecen en el instante, según cuenta Paul de Man; el yo que recuerda, y el yo que escribe, el presente que trata de conducir el pasado por el camino de la narración. Y vuelve a aparecer aquí la lembranza, la pérdida, el recuerdo y el exilio, la imposibilidad de apresar la realidad por medio de imagen o palabra."Las cosas -otra vez Rilke hablando del trabajo del poeta- no son todas palpables y decibles como nos querrían hacer creer casi siempre, la mayor parte de los hechos son indecibles, se cumplen en un ámbito que nunca ha hollado una palabra"

La soledad del poeta, aún.

Exiliado en su taller, ante la pintura y ante si mismo, al poeta, verdaderamente, sólo le queda intentar. Intentar encontrar las palabras cada vez, las imágenes para tratar de apresar lo inapresable. Como ....., cargar con la piedra una y otra vez tratando de alcanzar la cima de la montaña - y las montañas, como las torres con algo de laberínticas Babel son temas recurrentes en la pintura de Sycet- sabiendo que ésta siempre volverá a caer rodando al valle. "Para nosotros, sólo está el intentar".


Quizá por eso, hay ciertos temas sobre los que vuelve Sycet una y otra vez, como las líneas de humo que diluyen las fronteras entre lo alcanzable y lo inalcanzable; los movimientos del propio corazón, el "tren sin real destino" del que hablaba Pessoa - todo movimiento.


Hay en estas querencias y motivos algo de generacional en la pintura de Sycet, recuerdos de la pelea con la pintura que también se han traído en nuestro país artistas como Aguirre, Molero, Villalta o Alcolea, cuando las polémicas entre la figuración y la abstracción creaban verdaderas tensiones dentro y fuera del lienzo. Sigue ésta presente en la pintura de Sycet, en esos dípticos en los que el horizonte corta las superficies azules o rojas, tensa los complementarios y mantiene -esas sí- bien firmes las fronteras del color.


Porque cuando los colores se le mezclan, los azules y los rojos suelen quebrarse a favor del violeta, con algo de la indigomanía decimonónica que acabó codificando el azul modernista como el color de la melancolía. Y otra vez vuelva a aparecer la dichosa lembranza, porque el pintor es paleta, como Sycet dejó claro hace algunos años con su obra La soledad salvaje y el azar, y traduce o trata de traducir hasta sus soledades a los colores de la pérdida.


Aunque quizá no es de pérdida de lo que acabe por hablar la obra de Sycet, aunque muchos de los títulos de sus obras - tanto pintadas como escritas- parezcan remitir a este sentimiento. "Est ce que tu aimes, encore?" se preguntaban Rilke y Tsvietaieva en sus cartas; y lo importante de la pregunta, como explicaría más tarde Lacán, estaba precisamente en el complemento temporal - todavía-, “el nombre propio de esa falla de donde en el Otro parte la demanda de amor”, el nombre propio del deseo,en definitiva, en palabras del francés, verdadero generador del movimiento del tren sin destino y de la tarea de los poetas y los pintores. Ese que hace que los paseos del artista por sus paisajes tengan algo de desolados y de espera, incluso, de rendición. He ahí de nuevo la melancolía que exudan las pinturas de Sycet, con algo de pérdida prevista, de autorretrato abierto en el que, de lo que el artista acaba por hablar, es precisamente del vacío que hay siempre en esa pregunta al Otro - ¿me amas todavía?.


Sycet, en su deseo de hacer visible lo invisible - ese es también el trabajo de los pintores y los poetas- de hacer incluso evidente lo visible, como hace con el magnífico bodegón que se encuentra en esta exposicón, parece haberse abandonado a la lembranza, a la melancolía, a la pérdida. Pero aunque una y otra vez, "se me vaya"(mirar cuadro), como el humo, como dice la canción. Ya sabemos que para el artista que lo es, cada vez es como la primera. Por eso se ha quedado Pablo en ese lugar, en el lugar del exilio de los demás y de sí para observar desde ese incierto lugar en el que uno es siendo pintura, el mundo que le rodea y a sí mismo. siendo "algo que no sienta el peso de la lluvia exterior, ni la congoja del vacío íntimo... Errar sin alma ni pensamiento, sensación sin si-mismo, por caminos bordeando montañas, por valles sumidos entre laderas empinadas, lejano, inmenso y fatal... Perderse entre paisajes como cuadros. No-ser a lo lejos y en colores."

P.S.: Esta última cita de Pessoa, por boca de Bernardo Soares, se encuentra en la página 53 de la edición del Libro del Desasosiego que aquella mañana hallé sobre mi escritorio. Premeditadamente, el número de la misma estaba señalado rodeado con un círculo de la misma tinta que escribió la improvisada dedicatoria. Sin embargo, el descubrimiento no hizo que el enigmático número telefónico pasase a formar parte, ahora ya completo, de la agenda de mi teléfono. Esta vez, la historia no tenía por qué concluir. La prefería así, abierta e incierta ante la casualidad y el tiempo. En el fondo, aquel número se había convertido en una de mis particulares lembranzas. Y en ciertas lembranzas, como en la saudade de Pessoa, no se vive tan mal... aún.





Del catálogo de la exposición "Lembranzas"

PABLO SYCET: Lembranzas y otras pinturas recientes.
Galería Félix Gómez
C/ Castellar, 40 – Bajo. 41003 Sevilla
95 4225320
Del 30 de octubre al 28 de noviembre de 2009. Inauguración: viernes 30 de octubre, 20 horas

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