Después de Watterson no se debería decir nada más, peeeeero....

viernes, 18 de diciembre de 2009

Seducciones

Con la excusa batailleana - porque los seductores siempre suelen ser maestros de las excusas- la exposición "Lágrimas de Eros" de la Thyssen-Bornemisza juega a uno de los juegos más antiguos de la humanidad: la seducción.



Y lo hace, obviamente, de la manera más zafia, que es también como suelen actuar las seducciones; con promesas de vampiro (no es de extrañar que el cartel warholiano del beso de Bela Lugosi sea uno de los elegidos como imagen de la exposición). "Venga", dice la exposición, "admire el erotismo y el deseo en la Historia". Y, también como con el "hombre estético" de Kierkegaard, la promesa nunca acaba de cumplirse - por eso engancha. Hablar de Eros, y del deseo, a través de las obras seleccionadas para la muestra parece un órdago a la grande, pero, cuando sale uno de la exposición - palmaditas en la frente, otra vez me ha vuelto a pasar- descubrimos, muy a nuestro pesar, que se trataba de otro farol.


Y es que pasa en las exposiciones como en el cine: la diferencia entre el "erotismo" (en el que se ve teta, pero nada más) y el "porno" (abundancia de cuerpos y primerísimos planos que acaban por desdibujar hasta lo que se cree estar viendo), es siempre una cuestión de distancia - porno es lo que como porno se establece en el territorio de "lo privado".

Las lágrimas de Eros, desde luego, o alcanzan ni la categoría de "erotismo", por más que su título haya querido darle esa vis y se vean más tetas en la exposición que en el Canal 7 a partir de la medianoche (por lo menos, pasaba así antes de que se impusieran los concursos trucados presentados por borrachas). El vértigo prometido en la presentación de la muestra, como "el dualismo entre Eros y Tánatos en la petit morte del orgasmo", se va convirtiendo según avanzamos en el itinerario en algo más parecido a un Calvario. No, no me tomen a mal, que las obras son bonitas, aunque algunas digan poco dentro de la muestra. Lo que pasa es que el camino mitológico pronto parece convertirse beatíficamente en uno cristológico, "desde la inocencia a la tentación, de la tentación a los suplicios de la pasión, hasta la expiación y la muerte", según el catálogo de la exposición. Lo dicho: el vía crucis de la redención.


Qué distinta esta muestra de la que hace un par de años organizó la Barbican de Londres bajo el título "Seduced. Art & Sex From Antiquity to Now". Una muestra que cuestionaba la categoría misma de la seducción y los diferentes modos en que ésta se había mostrado en las distintas épocas - algo que la tangente mitológica de la Thyssen anula por completo. Incluso, resulta curioso cómo lo que en algún momento fue considerado como "pornográfico" hoy es objeto de exposición. Una muestra que, además, se preocupó - es lo que debería tocar hoy en día - por mostrar todas las "seducciones" posibles, y no sólo las del hombre burgués y heterosexual que centran las fantasías de la exposición de Guillermo Solana.

En fin, que ni eros, ni tánatos, ni seducción (salvo publicitaria) ni, desde luego "petit morte" al salir de la exposición - y es que sufro de síndrome de Stendhal, no vayan a pensar que me dedico a otras cosas en los rincones oscuros o los servicios de las salas de exposición.

A propósito, hace ya algunos años uno de mis más admirados mentores se preguntaba, delante de la Olympia de Manet, "lo raros que deben ser aquellos que se hagan pajas mirando obras de arte". En vistas de las colas a las puertas del Thyssen, y de las caras a la salida, yo también me lo pregunto.